Josefina Samper


JOSEFINA SAMPER ROSAS


(Fondón, Almería, 1927) nacida de las entrañas de las Alpujarras almerienses, hija de minero, emigrante africana, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas desde los 14 años, activista del Frente de las Mujeres de los Presos Políticos y del Movimiento de Mujeres Democráticas (MDM), militante activa del PCE y de CCOO, y compañera inseparable de MARCELINO CAMACHO ― vanguardia obrera, militante comunista y fundador de CCOO en la clandestinidad ―

CARTA A JOSEFINA SAMPER

Por Almudena Grandes, escritora y socia de honor de la AJS.

“¿Ha llegado la hora de hacer mi testamento? Dejo a las mujeres de España mi entusiasmo por la vida. Nada más. Es lo único que tengo.”
Cuando fui invitada a participar en este homenaje a Josefina Samper, me vino a la memoria el legado de María Teresa León, un compromiso que nunca olvido. María Teresa, que tuvo tantas cosas y todas las perdió, escribió estas palabras en los últimos momentos lúcidos de su vida, cuando su memoria aún era capaz de evocar el dolor y la gloria, el fervor del combate y el precio del sacrificio, la dulzura del amor y la dureza de un exilio del que sólo retornaría una mujer que ya no era ella, aunque entrara en España con su pasaporte. Y sin embargo, entre todas estas cosas, sólo quiso rescatar una. Su entusiasmo por la vida.
Para hablar de Josefina, quiero hablar hoy, aquí, de ese entusiasmo. Quiero hablar del valor, quiero hablar de la fe, quiero hablar de la determinación feroz a vivir y a luchar por la vida, de una generación de mujeres que no fueron unas desdichadas, que no fueron unas pobrecitas, que no fueron las abnegadas mártires de la lucha de sus hombres ni las víctimas accidentales de sus propios y románticos errores.
Hay pocas cosas más indignantes en este país, en este momento, que esa mullida y sonrosada corriente de compasión, tan magnánima en apariencia, que pretende amparar a los republicanos, a los antifascistas españoles, con su propia ignorancia, su propio desvalimiento, su propia fragilidad, como únicas claves de su empeño.
Hay pocas cosas tan falsas, tan injustas como esta tendencia, que se radicaliza en el caso de las mujeres hasta convertir a todas las antifascistas españolas en niñas eternas, que no sabían lo que hacían, ni para qué lo hacían, ni por qué no se quedaban en casa bordando su ajuar como las demás.
Pero ellas no eran niñas, no eran tontas, no eran débiles ni estaban locas. Eran más maduras, más listas, más fuertes que nosotras. Más modernas también. Ellas fueron la vanguardia dorada del sueño republicano, las que más ganaron cuando este país se ganó a sí mismo en el horizonte de un futuro que ha tardado casi medio siglo en llegar. Fueron también las que más perdieron en la interminable travesía de los años sucios, secos, polvorientos y crueles, un tiempo de hierro que no logró sin embargo acabar con ellas, con su fuerza, con su esperanza.
Desde la distancia a la que las contemplo, su vida, su ejemplo, me estremece como ninguna otra. Por eso no puedo compadecerlas, sólo admirarlas. Asombrarme de su generosidad, de su fortaleza, de su alegría, y sentirme emocionada, privilegiada, y orgullosa de estar en la otra punta del camino, de poder heredar su entusiasmo por la vida.
Mujeres de las ciudades y de los pueblos, de las celdas y de las colas en las puertas de las cárceles, mujeres de la guerrilla y de las redes de apoyo, militantes clandestinas de los años 40, de los años 50, de los años 60, de los años 70, exiliadas de Francia y de América...
Muchas escribieron sus memorias, e ilustraron los libros con fotografías, y en esas fotografías sonríen. En las ciudades sonríen, y en los pueblos sonríen, y en las cárceles sonríen, y en sus puertas sonríen, y en el monte sonríen, y en el llano sonríen, y en las reuniones clandestinas sonríen, y sonríen en el exilio más próximo y en el más lejano, y sonríen para mí, para nosotras y para nosotros, para todos los españoles que vendríamos después.
Nosotros somos los herederos, las herederas de esas sonrisas plenas y conscientes, sabias y rotundas, un tesoro de labios entreabiertos, armados contra la adversidad.
De todo esto, Josefina Samper sabe mucho más que yo. Ella, que le ha sonreído a la adversidad tantas veces, desde que empezó su militancia antifascista a los 14 años, en Orán, uno de los santuarios simbólicos del exilio republicano español, hasta que Marcelino le preguntó si tenía novio, y ella le dijo que no y después, cuando escuchó una serena y sencilla proposición, ¿y entonces, por qué no nos casamos?, que sí, porque siempre había querido casarse con un comunista, y mucho después.
Porque siguió sonriendo en la clandestinidad y en las puertas de las cárceles, sonreía al tejer aquellos jerseys gruesos con una cremallera que se convirtieron en una contraseña de la libertad y la democracia de España y ni siquiera entonces se cansó de sonreír. Josefina, ya lo ven, sigue sonriendo.
Yo he tenido la suerte de haber podido acercarme a ella, como he estado cerca de muchas otras, mujeres fuertes y sonrientes, que cuentan los episodios de sus vidas enormes, plagadas de infortunios y de humillaciones, pero también de emoción y de cariño, como si fueran las anécdotas sin importancia de una vida cualquiera.
Nos tocó luchar, y luchamos, me dijo una de ellas, sin dejar de sonreír, como resumen, y yo no fui capaz de añadir nada, no acerté a encontrar las palabras justas para expresar lo que sentía. Quiero decirlo ahora.
María Teresa León dejó a las mujeres de España el entusiasmo por la vida que compartió con muchas otras mujeres españolas de su tiempo, mujeres como Josefina Samper. Y aquí, a su lado, sólo puedo decir que ojalá llegue a ser yo digna de tal herencia. Nada más. Y nada menos.


29/11/2010
Entrevista a Josefina Samper por El Público